"Quizá
no hubo días en nuestra infancia más plenamente vividos que
aquellos que creímos dejar sin vivirlos, aquellos que pasamos
con un libro favorito. Todo lo que, al parecer, los llenaba para
los demás, y que rechazábamos como si fuera un vulgar obstáculo
ante un placer divino: el juego al que un amigo venía a invitarnos
en el pasaje más interesante, la abeja o el rayo de sol
molestos que nos forzaban a levantar los ojos de la página o a
cambiar de sitio, la merienda que nos habían obligado a llevar y
que dejábamos a nuestro lado sobre el banco, sin tocarla
siquiera, mientras que, por encima de nuestra cabeza, el sol iba
perdiendo fuerza en el cielo azul, la cena a la que teníamos que
llegar a tiempo y durante la cual no pensábamos más que en subir a
terminar, sin perder un minuto, el capítulo interrumpido; todo
esto, de lo que la lectura hubiera debido impedirnos percibir
otra cosa que su importunidad, dejaba por el contrario en nosotros
un recuerdo tan agradable (mucho más precioso para nosotros,
que aquello que leíamos entonces con tanta devoción), que, si
llegáramos ahora a hojear aquellos libros de antaño, serían para
nosotros como los únicos almanaques que hubiéramos conservado de
un tiempo pasado, con la esperanza de ver reflejados en sus
páginas lugares y estanques que han dejado de existir hace
tiempo."
MARCEL
PROUST (1871-1922)
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